RAQUEL CALVIÑO
«Raquel es una artista que, como otras, pasa desapercibida. Quizás su humildad y discreción sean factores que lo impulsen, pero su tenacidad y esfuerzo han demostrado su potencial como artista visual. Su silente pero seguro trabajo se ha ido modelando a lo largo de los últimos años y saltando de género con tal facilidad que, como otras de su generación, ha supuesto un desplazamiento del campo puramente fotográfico al de las artes, del uso utilitario y vernáculo de la fotografía a la construcción de narrativas evocadoras y poéticas.
Los primeros flirteos de Calviño con la fotografía se dan en el tiempo de un internet cambiante con la aparición de las redes sociales, cuando aún se consolidaba lo que llamaban internet 2.0 que tantos cambios acarrearía y que muchos historiadores han definido como la época de la verdadera democratización de la fotografía, arrebatando ese hito a lo construido por Kodak décadas antes. Un factor influyente en la carrera de esta pontevedresa fue la entrada en Instagram y la maestría de su manejo que incluso la llevó a protagonizar varios titulares en la prensa. El propio funcionamiento de esta red social posiblemente la llevó a acelerar el proceso de toma de sus imágenes para servir las demandas de consumo de sus followers, lo que implicó un gran aprendizaje que queda patente en su obra.
En la alborada de su trabajo se instaló en la fotografía callejera, esa denominación que aglutina tanta amalgama de creadores y creadoras tan diferentes de fotografías de diversa lectura y digestión. Así, desarrolló diferentes proyectos, como Estar é Ser que expuso en el marco del festival Outono Fotográfico en 2016. En este trabajo, la autora dialoga desde dos variables como herramientas para intervenir en lo real: la presencia y la ausencia. Su mirada capta «el sentir del ser humano en un espacio común, la relación de los figurantes en una suerte de gran escenario» decía Ramón Rozas, comisario de esta exposición. Una mirada que Raquel perfila a medida que habita diariamente ese entorno urbano que se convierte en un itinerario vital.
A partir de este momento la autora navega en ciertas experimentaciones que empiezan con vagos ejercicios de localizaciones y tímidas escenificaciones. La fotografía callejera se le había quedado pequeña y oprimía todo aquello que quería contar. Se dotó de nuevas herramientas para desembocar en nuevos lenguajes que cambiaron la formalización de sus imágenes y por supuesto el fondo, yendo en estampida hacia una anhelada narrativa y conceptualización que el propio género en el que se había instalado le constreñía.
Así llegó El origen y El otro yo, trabajos con olor a autobiografía en los que a través de elementos visuales escenificados nos habla de emociones y estados de ánimo. Más que un giro, estos trabajos suponen una valiente ruptura con su obra anterior. Puede que dé menos likes, pero como ya sabemos a estas alturas, la búsqueda cuantitativa de corazoncitos es directamente proporcional a la efemeridad de las emociones que nos reportan y, lo que es peor, de la propia imagen.
Haciendo gala de la diversificación que la caracteriza, alterna estos trabajos con otros más documentales ligados al territorio».
Vitor Nieves